sábado, 31 de octubre de 2009

El Respeto

Quítate los zapatos

A sus 80 años mi madre seguía viajando. A mí me tocó acompañarla y servirle de guía en un viaje a Tierra Santa y a Egipto. En el Cairo, visitamos una hermosa mezquita, lugar de oración para los musulmanes, y de admiración para el mundo. Había un guardia musulmán a la puerta, que indicaba a los turistas que se quitaran los zapatos, costumbre musulmana, antes de entrar. Me acordé de cuando el ángel le pidió a Moisés que se quitara los zapatos porque el lugar en el que estaba era santo. Mientras visitábamos la mezquita, llegó un grupo de adolescentes musulmanes en visita de su escuela y todo se volvió algarabía, risas, empujones, carreras y todo eso que es natural entre los jóvenes cuando andan juntos. Automáticamente, mi madre reaccionó como mamá y, en español, comenzó a regañarlos y a decirles que aquel era un lugar sagrado y que se portaran bien. Los jóvenes guardaron silencio y a partir de ese momento hicieron su visita en orden. Cuando salimos, el guardia se deshacía en saludos y sonrisas de agradecimiento a mi madre. Yo estaba admirado por el respeto de mi madre a aquel lugar sagrado y por el respeto de los jóvenes, a pesar de ser musulmanes, a una mujer extranjera y anciana.

¿Qué es el respeto?

Es reconocer la dignidad propia de una persona. Es reconocer que todos los humanos somos dignos -y con los mismos derechos- desde el momento en que somos concebidos. Las Naciones Unidas declararon solemnemente los derechos del hombre en 1948. Dios se los dio grabados en piedra a Moisés, en el Monte Sinaí hacia el 1400 a.C., pero ya antes los había escrito en el corazón de cada ser humano desde la creación de nuestros primeros padres.

El respeto, es decir, el reconocimiento de la dignidad de las personas, se lo debemos sobre todo a Dios, que tiene todos los derechos y se lo debemos a todas las personas.

Hay individuos que merecen un mayor respeto, por ejemplo los ancianos, los padres de familia, las mujeres, los niños, en todo momento, los que tienen alguna autoridad, los maestros, los servidores de Dios en cualquier religión y, en general, todo ser humano que se ha ganado nuestro respeto especial por sus buenas acciones, por su sabiduría, por su arte o su destreza.

Lugares y cosas que merecen respeto

Aunque sólo los humanos somos sujetos con derechos propios, porque es conveniente para la recta convivencia y para el bienestar común, extendemos el respeto a la naturaleza, a algunas cosas y lugares.

Los templos, de cualquier religión, son sagrados, lo mismo que los objetos propios del culto. Nadie duda que un panteón merezca respeto en atención a la memoria de nuestros antepasados. Las escuelas, bibliotecas y museos merecen nuestro respeto porque son como templos del saber.

Los bienes públicos deben respetarse porque están al servicio de la comunidad. Quien los daña es un criminal, un ladrón que nos roba.

La propiedad privada, nuestra casa, merece respeto; tenemos derecho a que no nos la pinten los “grafiteros” y a que no nos invadan los vendedores ambulantes impidiendo la paz y el acceso a ella.

Símbolos que merecen respeto

Nos han enseñado a respetar nuestros símbolos patrios y, entre ellos, primordialmente a la bandera y el himno nacional. La convivencia con otras culturas nos ha contagiado de su despreocupación ante sus banderas y ya comenzamos a faltarle al respeto a la nuestra. Recobremos ese respeto que nos dignifica como nación.

Respeta para que te respeten

Respetamos porque reconocemos la dignidad de los demás, pero también por la necesidad de una convivencia pacífica. Si entre esposos se faltan al respeto dándose un trato ofensivo, se habrá terminado el amor y la armonía de la familia. En un hogar así, nada raro que los hijos se falten el respeto entre sí y a sus padres.

Para enseñar el respeto hay que empezar con los niños…

* Explicarles por qué las personas merecen respeto.
* Por qué tratar a los ancianos con deferencia.
* En el templo (cualquiera sea tu religión), pedirle a los niños que se quiten la gorra, que no masquen chicle, que no estén comiendo ni bebiendo agua, que guarden compostura.
* Participar con los niños en ceremonias patrias.
* No usar ni permitir usar un lenguaje impropio por lo ofensivo o vulgar dentro del hogar.

Adaptado de catholic.net
P. Sergio G. Román.
Fuente: Desde la fe.